miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Amoladora, una invasión de maestras.

En una alejada vereda del municipio de Belmira, Antioquia, con un muy particular nombre, La Amoladora, se encuentra ubicado el Centro Educativo Rural Francisco Carvajal Builes. Para llegar hasta allí hay que recorrer una carretera destapada. En carro, el recorrido puede tardar veinte minutos y caminando depende mucho del ritmo del viajante, en el caso de los personajes de la historia que viene a continuación, el recorrido tarda alrededor de una hora y media.

Pues bien, hacia ese escondido y pequeño lugar se disponían a viajar tres curiosas maestras de lengua castellana, quienes llevan algún tiempo tratando de mirar qué pasa, qué ocurre, desde diversas perspectivas, en aquellas escuelas ubicadas en sectores rurales. De esta manera y siendo las cinco de la mañana, emprendieron su viaje con la ilusión y la esperanza de quienes están comenzando a vivir nuevos caminos y nuevas experiencias en la vida.

Una vez en la escuela, después de varias horas de viaje y en medio de un clima frío pero acogedor, los niños, las maestras, los vecinos, las gallinas, los pollos, las vacas y los perros, todos parte de una misma comunidad y de un mismo sector, les dieron una cordial bienvenida, reflejando, en sus rostros, esa pregunta y esa curiosidad por saber quiénes eran esas profesoras que habían llegado, sin más ni más, a hacer parte de la escuela por unas horas, a robarse la atención de la mayoría de estudiantes y a romper, por un ratico, con la tediosa y a la vez necesaria, rutina.  


Comenzando entonces la jornada escolar, las maestras reunieron a los niños que habían asistido a estudiar aquella mañana del martes ocho de noviembre, con la intención de integrarse con ellos, de jugar y de mitigar, sólo un poco, el frío tan propio de la región antioqueña en que se encontraban.
Así pues, entre risas y un poco de algarabía, las maestras lograron presentarse y dar a conocer el por qué de aquella esperada visita. Una, la que cuenta con más experiencia, lo hizo a través del canto y del baile, otra, aquella que tiene el don de estar con los niños, entenderlos y escucharlos, lo hizo a través del juego y de la música, y la otra, la más joven y tímida frente a los niños, se presentó a través de sus palabras sin otorgarle mucha emoción a ese primer encuentro con los participantes de esta historia.

Siguiendo con la agenda del día, cada una de aquellas invasoras, de aquellas maestras, asumió, con algunos grupos de la escuela, ese papel de maestra que tantas dudas, seguridades, preguntas, miedos y alegrías le ha causado.


Así pues, mientras la profesora del don especial con los niños los ponía a volar su imaginación con un cuento titulado "Choco encuentra una mamá" en donde hay jirafas, osos, pingüinos, morsas y un hermoso pájaro amarillo, la maestra más tímida, llevó a sus niños hacia la época de navidad para encontrarse con una niña muy pobre conocida como “La vendedora de fósforos” quien, a través de la luz de sus cerillas, es capaz de ver todo lo que quiere y desea: comida, regalos, árboles de navidad, estrellas y, lo más hermoso, a su difunta abuelita. Entre tanto, la maestra de más experiencia dedicaba sus horas de visita a la observación de lo que, en ese día, en ese momento, estaba ocurriendo, algo, un tanto, fuera de lo normal.

Un tanto no, muy fuera de la normal, pues aunque los cuentos que aquellas invasoras compartían con sus estudiantes fueron diferentes, hubo algo que las mantuvo conectadas, tanto a ellas como a los niños, y se trataba, nada más y nada menos, que de los personajes de los cuentos leídos; se convirtieron ellos, a manera de títeres, en los nuevos entrometidos a las aulas de la pequeña escuela. Ya no eran, entonces, sólo las maestras quienes invadían la escuela, sino que jirafas, pingüinos, estrellas, niñas, abuelitas, pájaros y morsas también hacían parte de esa particular mañana. 


Sin embargo, la jornada debía transcurrir y los personajes de los cuentos debían volver a su lugar, pero…no, esto no fue posible, puesto que fueron los estudiantes quienes hicieron, a través de su creatividad, que estos personajes tomaran vida, así que no había lugar más adecuado para darles refugio que sus propias maletas, de útiles y de sueños.

Pero las maestras invasoras no se iban aún, ni para un cuento ni para una maleta, ellas seguían siendo parte de la escuela, seguían preguntando y observando: la del don especial lo hacía desde los primeros pasos de lectura y escritura en los más pequeños estudiantes, la más tímida lo hacía desde el arte y su función de éste en la escuela, y la otra, la de más experiencia, leía y miraba el cotidiano trabajo en la llamada Escuela Nueva. Ellas seguían tejiendo, en sus cabecitas, tal vez, sus ideas sobre el ser y el hacer como maestras, seguían, quizás, cuestionando y reflexionando sobre esas míticas y, al mismo tiempo, reales escuelas rurales.

Y en medio de todos esos sentimientos que a cada una de ellas les sugirió esta planeada invasión, llegaba la hora de comenzar a despedirse de la escuela, de los niños y de las maestras que las acogieron, que les dieron la bienvenida y las invitaron, con cortesía y sencillez, a regresar a ese pedacito de cielo.

Las maestras invasoras debían retornar a sus labores  y, para ello, debían tomar ese camino empedrado de La Amoladora por el cual habían llegado. Entre los pasos y los paisajes que acompañaban este viaje, iban dejando atrás un lugar cargado de historias y de sueños, y la maestra más tímida, iba con el silencio y la nostalgia que implica cualquier partir pero con la esperanza y las ganas de poder regresar.

Por: Laura María Giraldo García

1 comentario:

  1. "... esas míticas y, al mismo tiempo, reales escuela rurales", sí Laura, que reto tan inmenso el que nos hemos puesto. Nuestra fascinación y encanto en el contacto con estos mágicos lugares nos pone en la gran encrucijada de todo investigador: despejar la esencia o realidad verdadera sin dejarnos llevar por la apariencia o realidad percibida (Heinz, 2001). Es difícil, después de un encuentro de estos en el que la escuela rural nos acoge justo en su propia esencia, pero en donde en ese momento no dejamos de ser visitantes, así, ¿qué es lo mítico y qué es lo real? Cómo convertirnos en esos títeres de tu historia, esos personajes que brotan de esa historia, narrada por otros y que se atreven a actuar, a darle vida a un relato para tratar de construir sentido desde su propia experiencia. Nos espera un apasionante camino por los senderos de la investigación en educación, un nuevo relato por narrar desde los con-textos de la educación rural.

    Sandra Céspedes.

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