lunes, 28 de noviembre de 2011

LA TIERRA DE LAS LUCES

En la tierra hay cinco continentes, uno de ellos bañado por los mares
América es su nombre, y lo atraviesa la cordillera de los Andes
En América está Colombia, con sus climas impresionantes
En Colombia, se eleva dentro las montañas el departamento de Antioquia
Con sus ríos casi gigantes.

En Antioquia hay una tierra, donde en la meseta nacen
Pájaros de colores y los mejores quesos se hacen
Su nombre es Santa Rosa, y los Osos la habitaron
Es aquí donde los españoles
Hace más de medio siglo a Santa Rosa de Osos encontraron

En Santa Rosa el sol es esquivo.
Sin embargo hay un lugar, que lo aprecia en su hermosura
Quitasol es el nombre que lleva este lugar vivo
Que acoge a los visitantes con dulzura.

En Quitasol hay una escuela
Que se convirtió en Colegio
La llaman Boca del Monte
Y asi se estudia regio.

Cada día en las mañanas llegan los estudiantes
En carro, caballos y piernas
Se transportan rutilantes.

Los estudiantes en la escuela, la escuela en Quitasol, Quitasol en Santa Rosa, Santa Rosa en Antioquia, Antioquia en Colombia, Colombia en América, América en el mundo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

DE VISITA EN UN RINCONCITO DEL CIELO

El 8 de noviembre de esta año asistí a una de las escuelas rurales más lindas que he conocido: Centro Educativo Rural Francisco Carvajal Builes en la vereda La Amoladora, no sólo por su estructura física que parece una casita de muñecos, si no por la calidad humana de sus docentes quienes durante la visita se mostraron como libros abiertos que contaban historias, que compartían con palabras pedacitos de su Institución, que construían y reconstruían con nosotras, las maestras visitantes, todo el contexto de su vereda, de su escuela , de sus niños de preescolar a quinto con quienes comparten los más bellos, alegres, gratificantes y significativos momentos de sus vidas.

Como dice una de las docentes del centro Educativo: este lugar es un rinconcito del cielo. Además de que está un poco lejos, a hora y media de camino de la carretera principal del Municipio, es un lugar que brinda todo lo bello que seguramente brinda el cielo: tranquilidad, paisajes hermosos y acogedores que revelan la fuerza de la naturaleza y la comunión de la humanidad con ella, las caritas de los angelitos, de esos pequeñines que nos abrieron las puertas de su vida escolar y nos recibieron con alegría poniendo un poco de su vida en nuestras manos y dispuestos a llevarse de nosotros una huella en sus corazones.

Compartimos con la comunidad de La Amoladora sus caminos, sus paisajes, su escuela, sus libros, sus procesos escolares, sus profes, sus niños, su frío vencido por el calor humano. Todo mi ser visitó este lugar y una parte de él se quedó ahí y conmigo se quedaron los recuerdos, las historias, la experiencia y el aprendizaje sobre un escenario más de educación rural, sobre los procesos de adquisición de lectura y escritura de los chiquitines de esta escuela que una de las profes compartió amablemente conmigo. Se quedó conmigo el deseo de volver y de seguir visitando rinconcitos del cielo.


Por: Lina Marcela Restrepo

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Amoladora, una invasión de maestras.

En una alejada vereda del municipio de Belmira, Antioquia, con un muy particular nombre, La Amoladora, se encuentra ubicado el Centro Educativo Rural Francisco Carvajal Builes. Para llegar hasta allí hay que recorrer una carretera destapada. En carro, el recorrido puede tardar veinte minutos y caminando depende mucho del ritmo del viajante, en el caso de los personajes de la historia que viene a continuación, el recorrido tarda alrededor de una hora y media.

Pues bien, hacia ese escondido y pequeño lugar se disponían a viajar tres curiosas maestras de lengua castellana, quienes llevan algún tiempo tratando de mirar qué pasa, qué ocurre, desde diversas perspectivas, en aquellas escuelas ubicadas en sectores rurales. De esta manera y siendo las cinco de la mañana, emprendieron su viaje con la ilusión y la esperanza de quienes están comenzando a vivir nuevos caminos y nuevas experiencias en la vida.

Una vez en la escuela, después de varias horas de viaje y en medio de un clima frío pero acogedor, los niños, las maestras, los vecinos, las gallinas, los pollos, las vacas y los perros, todos parte de una misma comunidad y de un mismo sector, les dieron una cordial bienvenida, reflejando, en sus rostros, esa pregunta y esa curiosidad por saber quiénes eran esas profesoras que habían llegado, sin más ni más, a hacer parte de la escuela por unas horas, a robarse la atención de la mayoría de estudiantes y a romper, por un ratico, con la tediosa y a la vez necesaria, rutina.  


Comenzando entonces la jornada escolar, las maestras reunieron a los niños que habían asistido a estudiar aquella mañana del martes ocho de noviembre, con la intención de integrarse con ellos, de jugar y de mitigar, sólo un poco, el frío tan propio de la región antioqueña en que se encontraban.
Así pues, entre risas y un poco de algarabía, las maestras lograron presentarse y dar a conocer el por qué de aquella esperada visita. Una, la que cuenta con más experiencia, lo hizo a través del canto y del baile, otra, aquella que tiene el don de estar con los niños, entenderlos y escucharlos, lo hizo a través del juego y de la música, y la otra, la más joven y tímida frente a los niños, se presentó a través de sus palabras sin otorgarle mucha emoción a ese primer encuentro con los participantes de esta historia.

Siguiendo con la agenda del día, cada una de aquellas invasoras, de aquellas maestras, asumió, con algunos grupos de la escuela, ese papel de maestra que tantas dudas, seguridades, preguntas, miedos y alegrías le ha causado.


Así pues, mientras la profesora del don especial con los niños los ponía a volar su imaginación con un cuento titulado "Choco encuentra una mamá" en donde hay jirafas, osos, pingüinos, morsas y un hermoso pájaro amarillo, la maestra más tímida, llevó a sus niños hacia la época de navidad para encontrarse con una niña muy pobre conocida como “La vendedora de fósforos” quien, a través de la luz de sus cerillas, es capaz de ver todo lo que quiere y desea: comida, regalos, árboles de navidad, estrellas y, lo más hermoso, a su difunta abuelita. Entre tanto, la maestra de más experiencia dedicaba sus horas de visita a la observación de lo que, en ese día, en ese momento, estaba ocurriendo, algo, un tanto, fuera de lo normal.

Un tanto no, muy fuera de la normal, pues aunque los cuentos que aquellas invasoras compartían con sus estudiantes fueron diferentes, hubo algo que las mantuvo conectadas, tanto a ellas como a los niños, y se trataba, nada más y nada menos, que de los personajes de los cuentos leídos; se convirtieron ellos, a manera de títeres, en los nuevos entrometidos a las aulas de la pequeña escuela. Ya no eran, entonces, sólo las maestras quienes invadían la escuela, sino que jirafas, pingüinos, estrellas, niñas, abuelitas, pájaros y morsas también hacían parte de esa particular mañana. 


Sin embargo, la jornada debía transcurrir y los personajes de los cuentos debían volver a su lugar, pero…no, esto no fue posible, puesto que fueron los estudiantes quienes hicieron, a través de su creatividad, que estos personajes tomaran vida, así que no había lugar más adecuado para darles refugio que sus propias maletas, de útiles y de sueños.

Pero las maestras invasoras no se iban aún, ni para un cuento ni para una maleta, ellas seguían siendo parte de la escuela, seguían preguntando y observando: la del don especial lo hacía desde los primeros pasos de lectura y escritura en los más pequeños estudiantes, la más tímida lo hacía desde el arte y su función de éste en la escuela, y la otra, la de más experiencia, leía y miraba el cotidiano trabajo en la llamada Escuela Nueva. Ellas seguían tejiendo, en sus cabecitas, tal vez, sus ideas sobre el ser y el hacer como maestras, seguían, quizás, cuestionando y reflexionando sobre esas míticas y, al mismo tiempo, reales escuelas rurales.

Y en medio de todos esos sentimientos que a cada una de ellas les sugirió esta planeada invasión, llegaba la hora de comenzar a despedirse de la escuela, de los niños y de las maestras que las acogieron, que les dieron la bienvenida y las invitaron, con cortesía y sencillez, a regresar a ese pedacito de cielo.

Las maestras invasoras debían retornar a sus labores  y, para ello, debían tomar ese camino empedrado de La Amoladora por el cual habían llegado. Entre los pasos y los paisajes que acompañaban este viaje, iban dejando atrás un lugar cargado de historias y de sueños, y la maestra más tímida, iba con el silencio y la nostalgia que implica cualquier partir pero con la esperanza y las ganas de poder regresar.

Por: Laura María Giraldo García

El Roble…mucho más que una entrevista.

Fachada del C.E.R.El Roble

Después de haber tenido dos valiosos encuentros con contextos de educación rural en instituciones educativas ubicadas en veredas y corregimientos, había llegado la hora de visitar ese lugar del que tanto había escuchado hablar, esa escuela que, con sus ejes temáticos, planteamientos y teorías (guías de aprendizaje, niño como artífice de su conocimiento, etc.) reducía y generalizaba, en muchas ocasiones, a la educación rural del país, la escuela nueva.

Llegué allí, al Centro Educativo Rural El Roble en la mañana del viernes veintiocho de octubre, con la idea de realizar unas entrevistas y con el propósito de obtener datos e información para el trabajo de investigación próximo a emprender sobre aquellas prácticas de lectura y de escritura inmersas en los escenarios educativos rurales. Sin embargo, más allá de la tarea que debía realizar, la visita a El Roble fue una oportunidad para continuar pensando en torno a la educación rural, a la educación del país y a ese gran mundo, ese otro mundo, que puede representar una pequeña escuela ubicada a unos cuantos metros de la cabecera urbana del municipio de Santa Rosa de Osos.
 

Así, en medio de esa fría y lluviosa mañana y una vez recorrida la carretera, un tanto empedrara, que permite la llegada a la escuela, la profesora Paula fue quien me dio la bienvenida y quien me guió por el único pasillo que hay en el centro educativo, en donde están ubicados tanto el restaurante escolar, el aula de clase para las dos maestras que allí trabajan, así como los baños, el centro de recursos y el cuarto del rebujo.


Mientras tanto, mientras trataba de reconocer y de entender ese espacio que me acogería durante las próximas horas de mi estadía en el Norte antioqueño, los pocos niños que estudian allí iban llegando para disponerse a estudiar, unos corriendo para no mojarse, otros con paraguas y en compañía de sus mamás y otros tantos con la paciencia y la calma de quienes no tienen afanes ni preocupaciones en la vida; llegaban pues aquellos niños de botas pantaneras, con la propiedad de saber que ese espacio les pertenece, pero con la intriga de saber quién era esa persona que ese día los acompañaba, esa extraña que portaba una cámara fotográfica y quien, desde la puerta del salón, los saludaba y les daba, ahora, la bienvenida.

Después de la obligada oración mañanera, esa que también tenía que repetir yo en mi escuela de primaria y que de inmediato recordé: “esclarece la aurora al bello cielo, otro día se vida que nos das, gracias a Dios creador del universo, oh Padre Nuestro que en el cielo estás…”, comencé con aquel incomodo pero interesante trabajo de observación etnográfica. Me atrevo a llamarlo incomodo porque una presencia extraña en la escuela no deja de ser un obstáculo para el desarrollo normal y cotidiano de cualquier tipo de actividad; los niños, en lugar de mirar a la maestra, quien les daba los primeros pasos para realizar sus trabajos con las guías, no paraban de observarme, parecía que ellos también estuviesen asumiendo ese papel de etnógrafo que, ese día, debía encarar yo.

Sin embargo, acostumbrándome a esas inocentes y sinceras miradas, no quería perderme ningún momento de aquella jornada escolar, no quería perderme un sólo capítulo de la historia en que se estaba convirtiendo esta escuela nueva; las actitudes de los niños, de las maestras, el trabajo con las famosas guías de aprendizaje, el asunto de trabajar por pequeños grupos, observar una clase magistral únicamente para los estudiantes de preescolar, mientras quinto y tercero no abandonaban sus cartillas, la entrega del desayuno, el aseo, todo esto y mucho más era de lo que quería ser testigo, eran los momentos y los encuentros que quería retratar y de los cuales pretendía aprender, contaminándome de preguntas, de respuestas y, sobre todo, de ese hermoso y real lugar que me resultaba el Centro Educativo Rural El Roble.
Estudiante de 3º

Entonces, más allá de haber realizado diversas entrevistas, de las cuales obtuve valiosos datos y un gran encuentro con las voces principales de quienes hacen parte de la escuela (me refiero a maestros, padres de familia y estudiantes), tuve la oportunidad de verme de frente con una de las múltiples realidades de las escuelas nuevas del país, ésta es sólo una, pero como ella deben existir miles que tengan dificultades para los recursos, que no posean suficientes elementos tecnológicos para realizar actividades extras, que no tengan luz eléctrica para algunos espacios del Centro, que la comunidad no se relaciona, como se piensa que debe ser, con la escuela, que por la lluvia muchos niños no van a estudiar, que el acompañamiento por parte de las familias en la formación escolar es muy poca y , algo un tanto desesperanzador, que la mayoría de estudiantes no tienen la oportunidad de continuar con sus estudios, porque sus condiciones económicas no lo permiten y deben quedarse en sus hogares, en sus fincas, la mayoría, trabajando en las actividades del campo, otros, simplemente, continuando sin afanes, tal y como llegaban ese día a la escuela.

Haber estado en este lugar, haber sido testigo de varias historias allí implicadas, haber recibido múltiples gracias y sonrisas por parte de aquellos curiosos niños, en fin, haber hecho parte del Centro Educativo Rural El Roble por un día, me confirmó, una vez más, la idea de lo mucho que aún me queda por aprender, de lo mucho que puedo entregar yo como maestra de lenguaje y, sobre todo, de las realidades de la educación del país y de los grandes “conflictos” en que los maestros rurales se ven inmersos cuando falta más acompañamiento y más apoyo por parte del estado a este tipo de escuelas, las cuales lo que pretenden es comenzar a brindarle a los habitantes de las veredas un espacio para el aprendizaje y para abrir las puertas hacia un futuro que, si bien no tiene que ser lo principal, sí es lo más necesario cuando de oportunidades y de progreso se trata, cuando estamos en una sociedad educativa que clama por resultados y por todo aquello que tiene que venir después.  

Por: Laura María Giraldo García