miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Roble…mucho más que una entrevista.

Fachada del C.E.R.El Roble

Después de haber tenido dos valiosos encuentros con contextos de educación rural en instituciones educativas ubicadas en veredas y corregimientos, había llegado la hora de visitar ese lugar del que tanto había escuchado hablar, esa escuela que, con sus ejes temáticos, planteamientos y teorías (guías de aprendizaje, niño como artífice de su conocimiento, etc.) reducía y generalizaba, en muchas ocasiones, a la educación rural del país, la escuela nueva.

Llegué allí, al Centro Educativo Rural El Roble en la mañana del viernes veintiocho de octubre, con la idea de realizar unas entrevistas y con el propósito de obtener datos e información para el trabajo de investigación próximo a emprender sobre aquellas prácticas de lectura y de escritura inmersas en los escenarios educativos rurales. Sin embargo, más allá de la tarea que debía realizar, la visita a El Roble fue una oportunidad para continuar pensando en torno a la educación rural, a la educación del país y a ese gran mundo, ese otro mundo, que puede representar una pequeña escuela ubicada a unos cuantos metros de la cabecera urbana del municipio de Santa Rosa de Osos.
 

Así, en medio de esa fría y lluviosa mañana y una vez recorrida la carretera, un tanto empedrara, que permite la llegada a la escuela, la profesora Paula fue quien me dio la bienvenida y quien me guió por el único pasillo que hay en el centro educativo, en donde están ubicados tanto el restaurante escolar, el aula de clase para las dos maestras que allí trabajan, así como los baños, el centro de recursos y el cuarto del rebujo.


Mientras tanto, mientras trataba de reconocer y de entender ese espacio que me acogería durante las próximas horas de mi estadía en el Norte antioqueño, los pocos niños que estudian allí iban llegando para disponerse a estudiar, unos corriendo para no mojarse, otros con paraguas y en compañía de sus mamás y otros tantos con la paciencia y la calma de quienes no tienen afanes ni preocupaciones en la vida; llegaban pues aquellos niños de botas pantaneras, con la propiedad de saber que ese espacio les pertenece, pero con la intriga de saber quién era esa persona que ese día los acompañaba, esa extraña que portaba una cámara fotográfica y quien, desde la puerta del salón, los saludaba y les daba, ahora, la bienvenida.

Después de la obligada oración mañanera, esa que también tenía que repetir yo en mi escuela de primaria y que de inmediato recordé: “esclarece la aurora al bello cielo, otro día se vida que nos das, gracias a Dios creador del universo, oh Padre Nuestro que en el cielo estás…”, comencé con aquel incomodo pero interesante trabajo de observación etnográfica. Me atrevo a llamarlo incomodo porque una presencia extraña en la escuela no deja de ser un obstáculo para el desarrollo normal y cotidiano de cualquier tipo de actividad; los niños, en lugar de mirar a la maestra, quien les daba los primeros pasos para realizar sus trabajos con las guías, no paraban de observarme, parecía que ellos también estuviesen asumiendo ese papel de etnógrafo que, ese día, debía encarar yo.

Sin embargo, acostumbrándome a esas inocentes y sinceras miradas, no quería perderme ningún momento de aquella jornada escolar, no quería perderme un sólo capítulo de la historia en que se estaba convirtiendo esta escuela nueva; las actitudes de los niños, de las maestras, el trabajo con las famosas guías de aprendizaje, el asunto de trabajar por pequeños grupos, observar una clase magistral únicamente para los estudiantes de preescolar, mientras quinto y tercero no abandonaban sus cartillas, la entrega del desayuno, el aseo, todo esto y mucho más era de lo que quería ser testigo, eran los momentos y los encuentros que quería retratar y de los cuales pretendía aprender, contaminándome de preguntas, de respuestas y, sobre todo, de ese hermoso y real lugar que me resultaba el Centro Educativo Rural El Roble.
Estudiante de 3º

Entonces, más allá de haber realizado diversas entrevistas, de las cuales obtuve valiosos datos y un gran encuentro con las voces principales de quienes hacen parte de la escuela (me refiero a maestros, padres de familia y estudiantes), tuve la oportunidad de verme de frente con una de las múltiples realidades de las escuelas nuevas del país, ésta es sólo una, pero como ella deben existir miles que tengan dificultades para los recursos, que no posean suficientes elementos tecnológicos para realizar actividades extras, que no tengan luz eléctrica para algunos espacios del Centro, que la comunidad no se relaciona, como se piensa que debe ser, con la escuela, que por la lluvia muchos niños no van a estudiar, que el acompañamiento por parte de las familias en la formación escolar es muy poca y , algo un tanto desesperanzador, que la mayoría de estudiantes no tienen la oportunidad de continuar con sus estudios, porque sus condiciones económicas no lo permiten y deben quedarse en sus hogares, en sus fincas, la mayoría, trabajando en las actividades del campo, otros, simplemente, continuando sin afanes, tal y como llegaban ese día a la escuela.

Haber estado en este lugar, haber sido testigo de varias historias allí implicadas, haber recibido múltiples gracias y sonrisas por parte de aquellos curiosos niños, en fin, haber hecho parte del Centro Educativo Rural El Roble por un día, me confirmó, una vez más, la idea de lo mucho que aún me queda por aprender, de lo mucho que puedo entregar yo como maestra de lenguaje y, sobre todo, de las realidades de la educación del país y de los grandes “conflictos” en que los maestros rurales se ven inmersos cuando falta más acompañamiento y más apoyo por parte del estado a este tipo de escuelas, las cuales lo que pretenden es comenzar a brindarle a los habitantes de las veredas un espacio para el aprendizaje y para abrir las puertas hacia un futuro que, si bien no tiene que ser lo principal, sí es lo más necesario cuando de oportunidades y de progreso se trata, cuando estamos en una sociedad educativa que clama por resultados y por todo aquello que tiene que venir después.  

Por: Laura María Giraldo García

1 comentario:

  1. La falta de oportunidades, ya lo mencionas... es sin duda alguna, una de las dolencias que afecta al campo colombiano. Son muchos los lenguajes que circulan en un espacio escolar en un momento de acercamiento como el que acabas de tener, son tantos que no alcanzamos a leerlos todos en una jornada. Todo aquello que traen los niños desde su geografía, desde sus familias, desde su historia, lo que guardan en su mirada, lo que juegan con sus palabras, las claves que construyen con sus silencios... son los textos que se nos ponen y que merecen todo nuestro cuidado... en una visita... ¿Son los mismos textos con los que un sistema educativo asume las complejidades de los procesos educativos rurales? Hay en la escuela afanes que a veces no nos dejan leer nada. Tú has logrado abrir tu mirada a mensajes que nos ayudan a comprender y que nos motivan a volver, a escudriñar, a crear lugares para construir la noción del campesinado que busca en la escuela un nuevo proyecto, una nueva esperanza, una mano que acoja sus desdenes y que al tiempo goce con sus riquezas y dichas.

    Gracias por las imágenes que construyes, por medio de la fotografía y la palabra, para compartirnos por este medio.

    Sandra Céspedes.

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