Durante el recorrido académico y universitario que he tenido hasta ahora, me he encontrado con momentos, personas, espacios, lecturas, etc. que, sin duda, han dejando huella en mi proceso de formación como maestra. Pasando por las innumerables manifestaciones (políticas y sociales), a veces sin sentido, por parte de algunos “compañeros”, y contrastando esto con las agradables conversaciones de los verdaderos compañeros y en compañía de un buen café, por los pasillos del bloque nueve; siguiendo, por qué no, con aquellas lecturas literarias y aquellos autores que grandes maestros me han presentado en el transcurso de algunas clases; cómo olvidar entonces a Miguel Torres con su Siempreviva; y continuando pues con algunos pequeños encuentros, en los cuales me ha correspondido asumir el rol de docente o encuentros, más conocidos como microprácticas; a esas a las que, por momentos, les saqué el cuerpo.
Y es una de ellas, precisamente, la que ha dejado una huella muy significativa en mi formación como docente, pues me generó innumerables dudas acerca de lo que significaría ser una maestra de lenguaje.
Juan Pablo Vallejo García |
Mi primo Juan Pablo fue quien asumió entonces el rol de estudiante. Cursaba el grado 11º, sus intereses estaban, o están, puestos en la música y el arte; en la cultura del Hip-hop para ser más específica, y pasaba sus días enteros, incluyendo las horas de estudio, en dibujar y en componer; pagaba sus horas de alfabetización en la biblioteca del colegio (La Salle de Campoamor) y allí, en lugar de limpiar los libros, que era lo que le correspondía, leía un poco, sólo un poco.
La micropráctica, que se llevó a cabo durante el curso de Didáctica de la Lengua y la Literatura I, consistió en realizar una serie de ejercicios a partir de una de las cuatro habilidades comunicativas planteadas en los Lineamientos Curriculares: escuchar, algo que todavía considero un poco olvidado en nuestras aulas escolares. Se trataba, entonces, de que con cierto material que yo propuse, pero siguiendo los intereses de mi primo, él escuchara y plasmara de diversas maneras su competencia argumentativa, ubicándome en el grado en que Juan Pablo se encontraba. Fue así como, durante cuatro ó cinco sesiones, mi habitación estuvo habitada por el rap, el parcero del popular número 8, el grafitti, Eduardo Galeano, las letras y la voz de Juan Pablo Vallejo, quien dio cuenta, efectivamente de su nivel argumentativo y de las aptitudes que tenía para llevar a cabo sus compromisos académicos; fue algo bastante enriquecedor para ambos; logré presentarle a un autor que no conocía y reencontrarlo con un grupo musical que, por cosas de la vida, había dejado de escuchar.
Juan Pablo Vallejo García |
Días después me di cuenta de que Juan Pablo había pasado a Bibliotecología en la Universidad de Antioquia pero, al mismo tiempo, me di cuenta también de que había perdido su año escolar por razones como haber renunciado a pagar sus horas de alfabetización (se me olvidaba decir que siempre ha sido un poco rebelde) y por perder la mayoría de sus materias, incluyendo artes y español.
Todo lo anterior y lo de más que me puede surgir al momento de recordar esta experiencia, me dejó, como dije antes, llena de dudas sobre lo que representamos los maestros en la vida de los estudiantes, por ejemplo, y la posibilidad de acercarnos a ellos y darnos cuenta de que si bien, en su cuaderno no están los reglones completamente llenos con la corriente sintaxis, están llenos de otros símbolos, otras palabras y otras manifestaciones que, sin duda, expresan algo o lo expresan todo.
Publicado por: Laura Giraldo García
Publicado por: Laura Giraldo García